Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

lunes, 8 de noviembre de 2010

La metamorfosis del vampiro

Por MAYKEL REYES LEYVA


En Vampiros S.A., de Josef Nesvadra, se narra la curiosa historia de un hombre a partir del momento en que “hereda” un fabuloso auto de carreras, único de su tipo, el sueño de cualquier persona amante a los autos de lujo. Sin embargo, la naturaleza vampírica del vehículo, su necesidad de sangre para ponerse en movimiento, nos da una idea de cuánto se ha desarrollado ―incluso tecnológicamente― el mito del vampiro en la literatura universal.

Hoy es muy difícil encontrar a un vampiro en estado puro, sobre todo en el cine y el comic. El vampirismo suele aparecer como consecuencia de un virus creado en un laboratorio (arma biológica que, como Frankenstein, termina por volverse contra su creador) o en seres provenientes de otro lugar del Universo, dispuestos a todo por conquistar este planeta. Lo cierto es que fuese cual fuera la forma tomada, es indiscutible el hecho de que el vampiro es el único ser maligno que permanece en constante cambio.

Es muy probable que el vampiro sea, de todos los espectros del mal, el de más influencia tanto en la literatura como en el cine. Su buena salud (debido quizás a la sangre como dieta única) le ha permitido trascender los límites del tiempo y del espacio. Ha superado con creces los relatos protagonizados por el Diablo ―ente supremo del Mal―, las brujas, los muertos vivientes (zombies), los hombres lobo y cualquier otra criatura de espíritu perverso.

La palabra vampiro comenzó a ser usada en la Europa del siglo XVIII. Fue incluida por primera vez en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en la novena edición de 1843. Su origen está en la palabra vampire, que ya era usada en inglés y francés y que, a su vez, provenía del término vampir, de la lengua alemana, derivada del polaco wampir y éste del eslavo arcaico oper, que significa ser volador, beber o chupar e incluso lobo, además de que con esa palabra se hacía referencia a un tipo de murciélago hematófago. 

Sus nombres varían, como es lógico, dependiendo del lugar de procedencia. Así encontramos al brucolaco (griego), al kuei-jin (japonés), al strigoï (rumano moderno), al upior (polaco), al upir (ruso antiguo), vampir (búlgaro), al vampyrus (latín), al vrolok (eslovaco) y al vurdalak (ruso moderno), por sólo citar algunos ejemplos. 

De vampiros se viene hablando desde las antiguas leyendas hebreas , y nos sorprendería saber el tremendo alcance que llegó a tener el mito en todos los rincones del mundo. Incluso en Cuba, en donde la figura del vampiro no llegó a echar raíces, el mito se unificó a otro bien conocido, el de las brujas, esas hermosas mujeres que durante la noche poseían la facultad de transformarse en horrendas ancianas y alzaban el vuelo montadas en escobas para ir en busca de bebés a los cuales beberles la sangre a través del ombligo. 

En su desarrollo a través de la literatura, notamos que en un inicio el vampiro era indiferente a la luz del sol y no necesitaba ocultarse en un ataúd para pasar el día (El entierro, de Lord Byron; El vampiro, de John William Polidori). En cambio, ya en Drácula, de Bram Stoker (y también en Carmilla, de Joseph Sheridan Le Fanu), la noche se convierte en un aliado indiscutible de la criatura y en un enemigo irreconciliable de los mortales , además de que el ataúd se vuelve un elemento importante de su caracterización. Si antes el vampiro podía convertirse en un murciélago (Drácula), en las Crónicas vampíricas de Anne Rice ya no hay transformación orgánica, aunque el vampiro sigue siendo capaz de volar, sólo que sin la necesidad de alas. El ataúd continúa siendo necesario para su supervivencia. Pero un poco más acá en el tiempo, notamos que en la saga Crepúsculo, de Stephanie Meyer, los vampiros son capaces de salir de día y no necesitan del ataúd, pues ni siquiera duermen. En Entrevista con el vampiro, por ejemplo, Louis aclara que el miedo al ajo, al agua bendita y a la cruz no son más que supersticiones sin ningún basamento real. Pero cuenta la lección recibida por Lestat, su creador y “maestro”, el vampiro más famoso después de Drácula, cuando éste le advierte que beber sangre de un cadáver puede acarrearle la muerte a un vampiro. 

Si en un inicio el vampiro estaba obligado a pernoctar en su tierra natal y a acechar a los miembros de su propia familia (como en Carmilla), ya en Drácula puede viajar largas distancias, siempre y cuando traiga consigo un poco de la tierra del cementerio donde está enterrado. En la actualidad, en series de televisión como Diario de un vampiro, los no-muertos viajan con absoluta libertad, debiendo preocuparse únicamente por la luz del sol. Asimismo, el vampiro con forma humana creado por Polidori se ve violentado por el vampiro invisible y sin forma reconocible de El Horla, de Guy de Maupassant. Y si antes el vampiro debía temerle a los vivos, ahora también sería aconsejable que se cuidara de sus semejantes, pues algunos de ellos (inmunes a la luz del sol) han jurado exterminarlos con el objetivo de proteger a la humanidad, como es el caso de Blade (el vampiro negro, mitad humano, mitad chupasangre ), de D. (el damphir cazador de vampiros) y de Saya (una chica japonesa que, sable en mano, aniquila a cuanto vampiro se le atraviesa en el camino). Para complicar más las cosas, ahora los licántropos (hombres lobo), le han declarado la muerte a los vampiros, como en el filme Bajo Mundo y la saga Crepúsculo, una adaptación al cine de la obra literaria.

Sin embargo, hay cosas que parece no van a cambiar nunca: la necesidad de sangre (no necesariamente humana, pero sí la preferida, aunque en ciertas culturas se aseguraba que la necesidad de sangre en los vampiros no era primordial y sí el fluido vital, es decir, la energía psíquica), los colmillos aterrorizantes, la fuerza suprahumana, la velocidad supersónica y la facultad de pasar desapercibido en medio de la sociedad. Razones suficientes para temerle a un vampiro.

En pocas palabras pudiera decirse que un vampiro es una criatura maligna obligada a beber sangre para mantenerse activa. A lo largo de la historia, dos tendencias han intentado responder a la pregunta ¿qué es un vampiro? Una de ellas pretende que los vampiros son muertos que regresan a la vida para martirizar la existencia de los vivos, una suerte de demonios condenados por toda la eternidad a girar en torno a los humanos. La otra tendencia, popularmente aceptada, nos dice que los vampiros no están muertos (ni tampoco vivos), pues como consecuencia de su condición permanecen en esta vida sin pertenecer a ella.

Cuentan las leyendas populares de diferentes países que un niño nacido con dentición es un candidato perfecto a convertirse en vampiro. También lo es el pequeño que nace séptimo de un total de siete varones. Y, además, aquel sujeto que se atreva a beber vino durante la Cuaresma. Y los perjuros, y los suicidas, y los excomulgados, al igual que aquella persona que ─tras ser mordida por un vampiro─ beba de la sangre del no-muerto.

Por suerte, a pesar de su fascinante inmortalidad, los vampiros tienen sus limitantes. Por ejemplo, la imagen de Cristo, la cruz y el agua bendita, son objetos que logran ahuyentarlos . La efectiva utilización del ajo como protección contra sus ataques, es un elemento que ya aparece en el Antiguo Egipto. Si se le lograba decapitar, colocarle un ajo en la boca evitaba su resurrección. No pueden, bajo ningún concepto, atravesar terrenos sagrados como los de una Iglesia. La luz del sol, capaz de destruirlo, es quizás el más popular de sus puntos débiles. Pero también lo es el hecho de estar obligado a dormir bajo su tierra natal, so pretexto de quedar vulnerable a la acción humana y a la pérdida de sus facultades sobrenaturales . A esto se le suma que el vampiro no puede volver a su tumba si no recupera la tapa de su ataúd (escondida previamente al salir del mismo), no proyecta sombra, no se refleja en los espejos, y sólo una estaca de madera clavada en su corazón (seguido de la decapitación y quema de dicho órgano con carbón de leña hervido) tiene la capacidad de exterminarlo. Agreguemos que ningún vampiro puede entrar en una casa si antes no ha sido debidamente invitado a hacerlo, hecho explotado en series de televisión como Diario de un vampiro y de filmes como Déjame entrar. 

Sin embargo, todas estas debilidades quedan minimizadas ante sus poderes, entre los que sobresalen los siguientes: El vampiro puede transformarse en el animal que desee (Drácula se convertía en murciélago y en lobo; Carmilla en un gato); es inmortal (en Entrevista con el vampiro, Lestat el vampiro y Armand el vampiro, se reitera el hecho de que Armand es el vampiro más antiguo del mundo y, por ende, es casi imposible liquidarlo); tiene la fuerza de veinte hombres (en una pelea contra él, un simple mortal lleva todas las de perder); puede engrandecer o empequeñecer su tamaño a voluntad (si no me creen, pregúntenle a la pobre Lucy Westenra o al infeliz Renfield, quienes no pudieron escapar a la sed de Drácula); y consigue hipnotizar a sus víctimas incluso a distancia, convirtiéndolas en marionetas de su deseo.

martes, 21 de septiembre de 2010

Dashiell Hammett: Enigmático y contradictorio

Por MAYKEL REYES LEYVA


El 27 de mayo de 1894, en el condado de St. Mary, en Maryland, nació uno de los escritores norteamericanos pertenecientes al movimiento de la Generación Perdida. Su estilo de narrador duro, carente de emoción, y su capacidad para reflejar el lado más violento de la sociedad de Estados Unidos, lo convirtió en una suerte de modelo a seguir, pues su visión nada esperanzadora de la vida trajo como resultado un alto prestigio para las novelas de detectives privados. 

Samuel Dashiell Hammett (Dashiell es una americanización del apellido francés De Chiel) dejó la escuela a los 13 años. Trabajó como mensajero en los ferrocarriles de Baltimore y Ohio. Fue dependiente, mozo de estación y obrero en una fábrica de conservas. En 1915 se agenció un puesto como detective privado en la popular Agencia Pinkerton, experiencia que le proporcionaría mucho del material que luego utilizaría en sus novelas. Allí conocería el oficio bajo la tutela de James Wrigth, un tipo bajo y rechoncho, de lenguaje áspero, que con el tiempo se convertiría en la materia prima para la construcción del personaje protagónico de Cosecha Roja (1929).

Durante la Primera Guerra Mundial se alistó como voluntario, proporcionando ambulancias y transportes a los aliados en Francia. Enfermo de tuberculosis obtuvo una licencia médica en menos de un año. Fue internado en un hospital de Estados Unidos. Sin embargo, ocasionales brotes de tuberculosis, sumados a su creciente alcoholismo, lo harían padecer de una mala salud que arrastraría el resto de su vida. Ello no impidió, en cambio, que siguiera dando tumbos en busca de un trabajo que le acomodara. Lo contrataron como publicista durante un tiempo, hasta que finalmente decidió probar con la literatura.

Sus primeros cuentos, al igual que los de su sucesor Raymond Chandler, salieron publicados en la revista Black Mask (Máscara Negra). El primero de todos se tituló El camino a casa, y apareció en diciembre de 1922. El agente de la Continental, el mismo de Cosecha Roja, surgió en el número de octubre de 1923 y llegó a protagonizar veintiocho cuentos y dos novelas. En el 32 Dashiell Hammett se estrenó como guionista de historieta con Agente Secreto X-9. Sus personajes más relevantes son Sam Spade (El halcón maltés, 1930), Nick y Nora Charles (El flaco, 1934, su última novela) y el agente de la Continental antes mencionado. Fue el creador del prototipo del detective cínico y desencantado de la vida. Fue, también, la época del nacimiento de la novela negra como movimiento literario para testimoniar la realidad de entonces. De hecho, Dashiell Hammett fue su autor y más célebre representante. 

No demoró en obtener prestigio literario. Otros autores de la calidad de Raymond Chandler y Ernest Hemingway se iniciaron intentando imitar su estilo. Muchos de sus libros fueron llevados a la gran pantalla, incorporando en ocasiones diálogos completos extraídos de su obra. Su relación con el cine se extendió hasta el punto de llegar a editar guiones de películas para Hollywood.

En 1931, Hammett inició una relación amorosa que se extendería durante los próximos treinta y tres años. Su cónyuge fue la dramaturga Lillian Hellman. 

Lo curioso de su vida es que luego de haber sido un diligente rompehuelgas en su época de agente de la Pinkerton, Dashiell Hammett se dedicó de llenó a la política de izquierda. Se le conoció como un enérgico anti-fascista en la década del 30. En 1937 se afilió al Partido Comunista de Estados Unidos. En el 42, durante la Segunda Guerra Mundial, volvió a unirse al ejército, luego de batallar por ser admitido cuando nadie confiaba en su capacidad, pues la tuberculosis había hecho estragos visibles en su físico. Llegó al grado de sargento y se dedicó a editar un periódico para el ejército. 

Finalizada la guerra, Hammett se asoció al Congreso de Derechos Civiles de Nueva York, una organización considerada comunista. Durante su estancia allí, cuatro comunistas fueron encarcelados y fue Dashiell Hammett el encargado de reunir el dinero para lograr su libertad. Fue investigado durante la década del 50 por el Congreso Estadounidense y se le incluyó en cuantas listas negras existían. Justo en el 51 pasó seis meses en la cárcel por sus actividades “antiamericanas”.

Cuando murió, el 10 de enero de 1961, en el Hospital Lennox Hill, de Nueva York, se le enterró en el Cementerio Nacional de Arlington, con todos los honores que merecía un veterano de las dos guerras mundiales. 

En la actualidad, la Asociación Internacional de Escritores Policíacos otorga todos los años el Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett, durante la Semana Negra de Gijón, a la mejor novela policíaca escrita en español.

Ray Bradbury: Crónica de un hombre ilustrado

Por MAYKEL REYES LEYVA


Hace 90 años, el 22 de agosto de 1920, nació uno de los escritores de más mérito en los géneros fantástico, terror y ciencia-ficción. Su libro de relatos Crónicas marcianas (1950) y la novela futurista Fahrenheit 451 (1953) son suficientes para hacerlo acreedor del titulo de Clásico de la Literatura Universal. Su nombre: Ray Douglas Bradbury.

Aunque no pudo asistir a la Universidad por cuestiones económicas, el joven Bradbury (ávido lector y escritor aficionado) decidió formarse autodidácticamente. Para ganarse la vida tuvo que vender periódicos en las calles de Los Ángeles, mientras en sus ratos libres escribía sus primeras historias. Logró venderlas en diferentes revistas a comienzos de 1940, sin soñar que su imaginación lo llevaría a la notoriedad, hasta el punto de que en la actualidad existen una estrella con su nombre en el Paseo de la Fama de Hollywood y un asteroide nombrado Bradbury 9766 en su honor, además de que muy posiblemente sea el primer terrestre en ser enterrado en Marte tras su deceso. Al menos así consta en su testamento. 

Su primer cuento publicado se tituló El Dilema de Hollerbochen, y apareció en 1938 en la revista Imagination! En el 39 él mismo editó los cuatro números de su propia revista amateur, donde la mayor parte del material era de su autoría. Su primer salario como escritor lo obtuvo en 1941, con el cuento Pendulum. Pero no fue hasta el año siguiente, 1942, con la publicación de The Lake, que descubrió su estilo de escritura distintivo. En el 45 su historia corta The Big Black and White Game fue seleccionada como Best American Short Stories.

Durante la niñez fue acosado por terribles pesadillas, las mismas que más tarde plasmó en tinta negra. Su obra, extensa, curiosa y divertida, se caracteriza por poseer cierto tono poético y romántico que, a pesar de ello, lo ha mostrado como exponente del realismo épico, capaz de producir en el lector angustia y desconcierto. Él mismo se considera un narrador de cuentos con propósitos morales, y está convencido de que el destino de la humanidad es “recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiadores para concluir vencido, contemplando el fin de la eternidad”. 

Aunque se le reconoce como escritor de ciencia-ficción, él mismo se declara un hacedor de historias fantásticas, y que la única novela de ciencia-ficción que ha escrito es Fahrenheit 451, una antiutopía en la que los libros están prohibidos y un grupo de sobrevivientes se esfuerza por almacenar y transmitir de boca en boca la cultura de la civilización humana. Esto no se aleja mucho de la polémica que gira en torno a su persona. A pesar de que muchos lo consideran uno de los escritores más importantes de ciencia-ficción (a la misma altura de Isaac Asimov), otros opinan que Ray se alejó mucho de ese género y no lo creen un exponente significativo. Los más extremistas aseguran que la ciencia-ficción nunca fue lo suyo. Sin embargo, Bradbury es uno de los pocos escritores conocidos por aquellos que no gustan del género fantástico y de ciencia-ficción. Ello quizás se deba a que sus personajes parecen tener vida propia, pues los mueven los mismos sueños y las mismas mezquindades que hoy sufre la humanidad. 

A parte de las ya citadas, sus otras novelas son El vino del estío (1957), La feria de las tinieblas (1962), El árbol de las brujas (1972), La muerte es un asunto solitario (1985), Cementerio para lunáticos (1990), El ruido de un Trueno (1990), Sombras verdes, ballena blanca (1992), Matemos todos a Constance (2004), El verano de la despedida (2006) y Ahora y siempre (2009). Lejos de lo que pueda pensarse, Bradbury no es sólo novelista. Su nombre aparece ligado también a la escritura de guiones para la televisión, ensayos y poemas. En los últimos tiempos, ha transitado con frecuencia por el género policial y el relato costumbrista y realista.

Sus temas, como la vida misma, son abarcadores. El racismo, por ejemplo, es tema central de muchos de sus relatos. También lo es la guerra atómica. El futuro de la humanidad cuando dependa absolutamente de las máquinas. Y el miedo a lo moderno, a lo ajeno, a lo extranjero, a la muerte... Hoy, 90 años después de su nacimiento, Ray Bradbury sigue escribiendo sus cuentos en California, colmando las páginas de la literatura de seres imaginarios, lugares impredecibles y naves siderales que abren caminos hacia el futuro de la raza humana.

Raymond Chandler: El policíaco como arma

Por MAYKEL REYES LEYVA



Soldado, empleado de banco, periodista, ejecutivo de una empresa de petróleos, guionista, escritor... Norteamericano, británico... Alcohólico, suicida frustrado... Así de movida fue la vida de Raymond Chandler (1888-1959), un narrador formado en lo más oscuro de la vida y dueño de un ingenio cáustico que le otorgó a la novela negra la dignidad literaria que no había conocido hasta entonces.

Cuentan que tras el divorcio de sus padres fue llevado a vivir a Inglaterra, lugar en el que recibió una fuerte formación intelectual. Tuvo la oportunidad de viajar por Francia y Alemania entre los años 1905 y 1907. Cuando trabajaba para la empresa de petróleos, lo expulsaron por acosar a las secretarias. Para cuando decidió retornar a Estados Unidos, ya tenía publicados veintisiete poemas y su primer relato: The Rose Leaf Romance, y también había participado en la Primera Guerra Mundial.

Ya en California, se casó con Pearl Cecily Bowen, una mujer dieciocho años mayor que él. Estuvieron casados casi treinta años, hasta la muerte de ella acaecida en 1954. Nunca tuvieron hijos. Ante su incapacidad para mantener un trabajo fijo, Chandler decidió dedicarse por entero a escribir. Tenía entonces 45 años de edad.

Comenzó imitando el estilo inconfundible de otro grande de la literatura policial: Dashiell Hammett, pero pronto descubriría que su propio estilo era muy diferente del de su antecesor (Hammett se caracterizaba por una narrativa carente de emoción, mientras Chandler era un romántico empedernido). Seco, impresionista, irónico, cínico, Chandler se sintió capaz de denunciar el modo de vida de la sociedad americana de la época, escenario en el que el dinero y el poder eran la fuerza que movía las relaciones humanas. Para ello inventó a uno de los detectives privados más conocidos después de Sherlock Holmes: Phillip Marlowe que, junto al Sam Spade de Hammett se volverían en el estereotipo del detective privado de la década del 50 del pasado siglo. 

No fue, como piensan algunos, un escritor rápido. Raymond Chandler se tomaba muy a pecho la revisión de sus textos. Su primer cuento tuvo que esperar cinco meses antes de ser terminado. Entre 1933 y el 39 escribió diecinueve relatos, los mismos que servirían de génesis a la actual novela negra norteamericana. Sabía que el crimen, la marginación y la injusticia eran las consecuencias de un estilo de vida insostenible, y trató por todos los medios de reflejarlo en su obra. En 1950 reflexionó sobre el papel que jugaba la novela policíaca en cualquier sociedad, y lo hizo en un ensayo que ha terminado por volverse clásico: El simple arte de matar. Si en el policíaco inglés lo importante era el quién cometió el crimen, Chandler demostró que en el policíaco norteamericano lo trascendente era el por qué se había cometido el mismo. Ya para entonces había escrito su primera novela.

Fue en 1939, cuando contaba con 51 años, que vio la luz El sueño eterno, un grueso volumen que tiene como protagonista al mismo detective privado de algunos de sus cuentos. Sin embargo, la crítica considera que su otra novela El largo adiós (1953) fue lo mejor de toda su producción.

Phillip Marlowe revolucionaría la imagen que hasta entonces tenían los detectives privados salidos de las letras. Tipo duro, buena persona, solitario, melancólico, escéptico, de honor, con cierta educación, tierno, cínico, desencantado de todo, un caballero moderno lo suficientemente astuto como para moverse en el lado sórdido de la ciudad Los Ángeles de la década del 30 sin sufrir heridas graves, una suerte de alter ego de su propio autor. El mismo Chandler confesaría en algún momento: “Paso por ser un escritor insensible, pero eso no tiene sentido. Es simplemente una manera de proyectar. Personalmente soy sensible y hasta tímido. A veces soy cáustico y belicoso en extremo; otras absolutamente sentimental. No soy un ser sociable porque me aburro con mucha facilidad, y el término medio nunca me satisface, ni en la gente ni en ninguna otra cosa...” 

Tras la muerte de su esposa, en 1954, Raymond Chandler se deprimió hasta el punto de aumentar su alcoholismo e intentar suicidarse en dos ocasiones. Vivió con sus gatos como única compañía hasta su muerte, ocurrida en 1959, a los 70 años de edad, dejando tras de sí una obra vastísima, notable por su realismo y regionalismo, y que no demoraría en ser adaptada a la gran pantalla con un tremendo éxito.

lunes, 23 de agosto de 2010

José Saramago: "Soy amigo de Cuba"

Por MAYKEL REYES LEYVA


Cuando la leucemia le venció el cuerpo, en junio de 2010, perdimos no sólo a uno de los intelectuales más lúcidos de finales del siglo XX y principios del XXI, sino también a uno de los amigos más cercanos y leales a Cuba que jamás se haya tenido.

José Saramago nació en Portugal, el 16 de noviembre de 1922. Provenía de una familia campesina sin tierra ni recursos económicos. Aun así, se las arreglaron para enviarlo a la escuela, oportunidad que facilitó su encuentro con los clásicos de la literatura. No pudo terminar estudios y se vio obligado a trabajar como cerrajero, mecánico, editor, periodista y director de un diario de noticias…, hasta que en 1947 publica su primera novela sin éxito alguno: Tierra de pecado, seguida en 1948 por otra que nunca llegó a publicarse: Claraboya. Le seguirían veinte años de silencio. “Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir lo mejor es callar”, confesaría más tarde.

Fue en ese período de tiempo que escuchó hablar por vez primera sobre Cuba. Se llevaba a cabo la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, cuando leyó en la prensa de Lisboa un titular a toda página describiendo lo que ocurría. Al día siguiente el mismo periódico informó el fracaso de la operación. “Sentí un placer casi maligno…”, diría el escritor al recordar.

José Saramago entró a militar en el Partido Comunista Portugués en 1969, cuando todavía era clandestino. La figura de Ernesto Che Guevara volvió a vincularlo de cierta manera con la Isla caribeña. Hasta que en 1992 visitó Cuba por primera vez, invitado por Casa de las Américas para que fuera jurado de su premio literario en la categoría de Literatura brasileña. Pocos años después, en 1998, obtendría el Premio Nobel por su novela Ensayo sobre la ceguera, convirtiéndose en el primer escritor de lengua portuguesa en merecer este reconocimiento. Regresó a Cuba en el 99 para participar del taller Cultura y Revolución: a cuarenta años de 1959. Sus palabras iniciaron el evento. Y se produjo el encuentro con el Comandante en Jefe Fidel Castro. 

Ya para entonces sentía a la Isla como parte fundamental de su vida. Así lo hizo saber años más tarde, cuando dijo: “Cuba no es algo ajeno a mi propia vida, a mis propios sentimientos…”

Sin embargo, el vínculo que se estableció entre el escritor y la Isla se resintió a raíz de una feroz campaña desatada contra la Mayor de las Antillas durante 2003. “Hasta aquí he llegado ―escribió entonces Saramago―. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo.” Los grandes medios de prensa reprodujeron y amplificaron sus declaraciones. Y el propio escritor temió haber perdido a la Isla para siempre, temió que ya Cuba no le quisiera igual.

No mucho tiempo después tuvo la oportunidad de firmar un documento defendiendo a Cuba y las señales provenientes de la pequeña nación le indicaron que quizás no todo estaba perdido. En 2005 regresó a la Isla, esta vez invitado por el Ministerio de Cultura. Volvió a encontrarse con Fidel y presentó su novela: El evangelio según Jesucristo. En ese momento confesó: “Todo se ha recompuesto, a pesar de lo que dije entonces, con mucho dolor y sin querer romper definitivamente con Cuba…” Agregó: “Lo que importa es que estoy aquí, que soy amigo de Cuba y que la manipulación mediática no me quita el sueño.”

En esa ocasión el escritor portugués visitó el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI) y la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Lo que vio y vivió en aquellos días lo llevó a expresar: “Estas cosas tocan directamente el corazón de uno. Que eso ocurra es maravilloso.”

No tuvo oportunidad de regresar a Cuba. Pero en 2008 envió para el evento La Declaración Universal de los Derechos Humanos, 60 años después, un mensaje donde afirmaba: “Los derechos humanos están muertos en el mundo entero, todo está muerto en el mundo entero. Por lo menos en Cuba nunca nada está muerto.”

Los intelectuales cubanos lamentaron mucho su muerte, acaecida en España. “Cuba pierde un gran amigo y la literatura universal un ejemplo de ética y de creatividad peremne”, declaró Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). “Tenía tanta preocupación por la literatura como por el contexto en el que la hacía, que era la vida, el mundo contemporáneo”, dijo el también escritor Leonardo Padura.

Y es que cuando la leucemia le venció el cuerpo, a la edad de 87 años, no sólo se perdió a un amigo comprometido con los ideales de izquierda y a uno de los escritores más importantes de la literatura universal, sino también a uno de los buenos defensores de la Revolución cubana.

viernes, 2 de julio de 2010

Terror en la ausencia del terror

Por MAYKEL REYES LEYVA

Tengo en casa una escalofriante colección encabezada por tres tomos de las Narraciones Completas de Edgar Allan Poe, publicadas en 1973 por Ediciones Huracán, del Instituto Cubano del Libro, y que incluye, además, verdaderas joyas del género de Terror, como La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells; Otra vuelta de tuerca, de Henry James; El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde, de Robert Louis Stevenson; El cerebro de Donovan, de Curt Siodmak; El horla, de Maupassant; Aura, del mexicano Carlos Fuentes; y los clásicos Drácula, de Bram Stoker; Frankenstein, de Mary Shelley; y El resplandor, del maestro indiscutible del género, Stephen King, publicado en 2007 por la Editorial Arte y Literatura.



A esta nada despreciable lista viene a sumarse otro titulo de gran valor: Cuentos maravillosos y escalofriantes (Editorial Gente Nueva, 2009), una antología cuyos cuentos fueron seleccionados y prologados por el escritor Alberto Garrandés.

Siempre es un placer volver sobre aquellos autores consagrados, sin los cuales no puede contarse la historia del género: Poe, Hoffman, Stevenson, Maupassant, Wells, pero considero que el mérito principal de esta antología es que nos permite descubrir a otros no tan conocidos en la Isla como John William Polidori, Frederick Marryat, Algernon Blackwood, Henry Kuttner, Lord Dunsany, León Bloy y la única mujer de la antología: Mary Elizabeth Braddon. Los temas vienen siendo los mismos de otras selecciones editadas en Cuba o fuera de ella: vampiros, licántropos, bosques encantados, fantasmas, las pesadillas más terribles... No obstante, al finalizar la lectura me queda un extraño sabor en la boca. Tal parece que durante la segunda mitad del siglo XX nadie se dedicó a escribir cuentos de terror. Mucho menos, en idioma español y lo que es peor, en Cuba.

Creo que el cine, la televisión e Internet llevaron a la extinción a los monstruos que solían poblar las noches tormentosas de los libros. Cierto es que a mediados y finales del siglo pasado, el género sufrió un brusco decaimiento (en la literatura, no así en el cine, que cuando no es capaz de crear sus propios monstruos, los toma prestados del mundo de las letras) que todavía hoy permite contar con los dedos de una mano a los autores que se han dedicado a él (ya mencioné a Stephen King y a Carlos Fuentes, poderosos exponentes que proceden de culturas distintas y que lo llevan a cabo con diferentes estilos). Sin embargo, se extraña en Cuba una antología con cuentos no sólo desconocidos para los lectores de la Isla, sino también más cercanos en el tiempo, porque siento que es una deuda que se tiene no sólo con los fanáticos del Terror, sino con el Terror mismo.

De fantasmas está poblada nuestra mitología, y de brujas, y de casas encantadas, y de diablos, güijes, duendes, hasta de extraños objetos voladores como la Luz de Yara. Anécdotas espeluznantes se cuentan en Mitología cubana, de Samuel Feijóo, y existen las llamadas “leyendas urbanas”, ninguna recogida en texto alguno, pero que mencionan seres aterradores como el archiconocido Coco u Hombre del Saco (con los que con tanto miedo se duerme a los niños), además del espíritu de la Pelirroja, una joven que suele aparecer durante las noches en las duchas de los albergues de las escuelas en el campo, y muchos otros que al igual que éstos trascienden a través de la vía oral y que bien pudieran servir para protagonizar una historia de terror completamente cubana.

Incluso, a veces pienso que la escasez de escritores de lo misterioso y escalofriante en nuestro archipiélago se debe, precisamente, al desconocimiento que sobre lo más actual del género existe. Hasta han llegado a decir que el Terror es para adolescentes, cuando la realidad del resto del mundo demuestra que esto no es cierto. Pensé que opiniones como esas ya no cabían en la mente del lector moderno. (Por ese mismo filtro pasó el Policiaco y la Ciencia-ficción, dos géneros bastante explotados en Cuba, con sus respectivas altas y bajas, como es lógico, pero que han sabido mantenerse a flote con absoluta maestría). Pero lo más triste es que no podamos mencionar ni un solo nombre de un autor cubano que pueda vincularse al género. Ni en la literatura, ni en el cine. La interrogante, pues, sería: ¿Es posible publicar una antología de cuentos de Terror escrita por autores nacionales o, en su defecto, con autores latinoamericanos o de cualquier parte del mundo, pertenecientes a la segunda mitad del siglo XX?

Desdeñar los cuentos de miedo por considerarlos un arte menor, es hacer el papel de la Inquisición y darle la espalda a una realidad inevitable. Casi a comienzos de la segunda década del siglo XXI todavía los fantasmas conviven con nosotros, se mezclan con entes oscuros de largos colmillos que aguardan silenciosos una gota de sangre (o una mente imaginativa) que les permita vivir por muchos años más.

martes, 15 de junio de 2010

«Poder escribir es lo mejor que me ha pasado en la vida»



Entrevista con el escritor Hugo Luis Sánchez

Por MAYKEL REYES LEYVA

Nadie como un periodista conoce el poder de la palabra. Nadie como él ―obligado por su profesión a plasmar en negro los sucesos del acontecer diario― conoce la importancia de inventarse un mundo paralelo donde poner a habitar los sueños. Refugio seguro para la fe y la esperanza.
Algo de vergüenza debe dar, después de todo, por ese tufillo a traición. Sólo eso explica que Hugo Luis Sánchez (La Habana, 1948), al cabo de varios cuentos escritos, todavía guardara aquello como un secreto impronunciable. Así fue hasta 1993, cuando publicó su primer libro titulado El valle de los archipiélagos. Más de diez años después se atrevería con una novela corta de temática amorosa: Doble jueves, seguida un año más tarde por otro libro de cuentos: Según la noche. No fue hasta 2008 que apareció publicada su segunda novela: El puente de coral, calificada por el también escritor y periodista cubano Leonardo Padura como: “(...) proyecto ambicioso, sin duda el más retador al que se haya enfrentado Hugo Luis en su vida de escritor...”
Por suerte ya las cosas han cambiado.
Hoy Hugo Luis Sánchez se reconoce escritor y teniendo en su haber un buen conjunto de premios, habla con desenfado de su obra y confiesa algunos secretos referentes a su proceso creativo.

¿Periodista o narrador? ¿Cuánto del periodista hay en el narrador, y viceversa?
Mi oficio es periodista; mi hobby, escritor. El periodismo me mantiene vivo, me da para llevar los frijoles a casa, y me mantiene al día: miro, escucho, hablo, escribo de la cotidianidad. La literatura me mantiene con vida, es el escape ante tanta realidad. En mi minicuento Nota de prensa se explica mejor, creo, o, mejor aún en La novia oscura, novela de Laura Restrepo. Me parece que, en mi caso, existe una interacción: el periodismo me ha dado las herramientas para investigar y buscar formas de expresar lo que uno desea, en un orden que parte de lo que uno presupone, imagina, sea una escala de intereses del lector y que es más bien el olfato del periodista; la literatura me ha facilitado nuevas y más armas del lenguaje y de la imagen. Prefiero expresarme con imágenes, ese gusto moderno, alentado más por el cine, que viene de los hombres del medioevo como asegura Umberto Eco en su ensayo La nueva Edad Media.

El relato La utopía de Nils Holgersson aparece en El valle de los archipiélagos, y luego repite en Según la noche. Se ha dicho que esto sucede porque este cuento actúa como una metáfora de lo que constituye un leit motiv en ti: la fidelidad a los sueños y a las aspiraciones como motor impulsor de la existencia. ¿Cuánto de cierto hay en esa opinión?
Y ya que estamos en esto del periodismo y la literatura, La utopía de Nils Holgersson es un reportaje. Mi profesora de técnicas periodísticas, Miriam Rodríguez, una maestra adorable de esas que a lo largo de la vida uno la sigue escuchando como si el aula y las clases fueran eternas, pidió como ejercicio escribir un reportaje y lo inventé. Luego la estructura cambió un poco, pero pienso que sigue siendo eso, un reportaje. En este relato y en Leyenda final se repite un mismo leit motiv: el empeño del hombre por lograr lo imposible con la persistencia de Sísifo. Volvería a hacer lo mismo, a cometer los mismos errores, a vivir la misma vida aunque sabe que lo que quiere lograr es del todo imposible. Por lo demás, la literatura, lo que Abilio Estévez llama fe en la literatura, es este soñar lo soñado como ocurre en Las ruinas circulares de Borges.

Marilyn Bobes dice que si El valle de los archipiélagos se hubiese publicado a finales de los 70, no hubiese sido comprendido ni aceptado, pero que sin dudas te hubiese dado el mérito histórico de inaugurar una nueva manera de narrar. Sin embargo, aparecer publicado en 1993, cuando la cuentística cubana era tan diversa, lo convirtió en un libro más dentro del contexto de la producción que se hacía entonces. ¿Consideras que fue saludable para el libro (y para ti como autor) que El valle de los archipiélagos se publicara cuando lo hizo y no cuando fue escrito?
Yo no sabía publicar, por eso fue. No sabía qué hacer, a dónde ir, con quién hablar… me imagino que esto les ocurre a todos los escritores que empiezan, que solo saben que quieren escribir y ser muy conocidos en sus casas a la hora del almuerzo. Lo otro es que el libro demoró unos cuantos años en salir: de que lo entregué a que se imprimió pasó un tiempo largo. Por lo demás, ¿qué hubiera hecho yo con ese mérito histórico? A lo mejor hasta me hubiera hecho daño, como a otros. Para seguir con La utopía… la escribí en 1971, Sus senos, tres años antes, junto con La pecera negra, y Merry Christmas por ahí más o menos. Marilyn lo dice por eso, porque ella leyó esos cuentos en el 78 ó 79, y me sugirió que escribiera otro más (Doble jueves, que después llevé a novela) para completar un libro. Le hice caso y salió El valle de los Archipiélagos. Desde entonces Marilyn y yo somos amigos, en las buenas y en las malas, es decir, amigos.

Doble jueves fue considerada en su momento una novela “rara” porque, según dijiste tú mismo, “no hay marginales, ni rock, ni la gente se droga, tampoco jineteras; nadie toca salsa ni se hace santo y, para colmo, es solo una historia de amor entre heterosexuales.” ¿Todavía sigues pensando que es “rara”?
Para ser justo, esa enumeración de que en la novela no hay ni esto ni lo otro no es mía, me la dijo un agente literario alemán. Esos eran los motivos por los cuales no le interesó Doble jueves. Ni interesó entonces ni interesa ahora por eso, por esa forma de ser rara. Yo solo le añadí a esa lista alemana lo de heterosexuales. Escribo de lo que me gusta y esos temas del realismo sucio de mercado los rechazo. Y no es que esté evadiendo mí realidad. Pueden remitirse a Dulce hogar, que retrasó cinco años la publicación del libro donde aparece, Según la noche, y fueron cinco y no más o para siempre gracias a Antón Arrufat. Se lo debo a él como muchas cosas más y que conste que soy solo uno más en la larga lista de los deudores de Antón. Todo fue por una palabra, un nombre propio, al final de Dulce hogar y Antón de eso también sabe muchísimo: por una oración él estuvo confinado 14 años en una biblioteca pública. Mirándolo así, no salí tan mal.

Tu novela El puente de coral es evidentemente un esfuerzo por llevar a cabo una empresa de mucho más peso si la comparamos con la primera, Doble jueves. ¿Cuál de los dos textos fue más gratificante? ¿Qué diferencias cardinales o semejanzas evidentes hay entre una y otra?
Las dos fueron un placer inmenso. Doble jueves, por ser mi primera novela, requirió de un entrenamiento que para El puente de coral ya tenía. Las diferencias entre las dos parten, además de las temáticas, del tiempo transcurrido entre ambas, tiempo de la historia de Cuba. Doble jueves es una novela de amor, así de cursi, una novela de amor, y yo trabajaba en Prensa Latina; y El puente de coral es, además, de aventuras, espionaje… Entre una y la otra estuvo y está el Período Especial para Tiempos de Paz. Buena parte de El puente… la escribí siendo taxista, con una libretica en el bolsillo que iba llenando de notas mientras esperaba por los caprichos de los clientes. Cuando llegaba a la casa, no importaba la hora que fuera, me sumergía en el display, en un mundo que estaba haciendo a mi agrado, muy diferente del que estaba viviendo afuera. Aprendimos a sobrevivir, “nosotros, los sobrevivientes”.

La crítica literaria premió El puente de coral y dijo de ella que era inclasificable al no existir en la Isla referente alguno. También destacó la maestría con que se hilvanó la historia, que por momentos parecía de aventura y otros de espionaje. ¿Buscabas ese efecto o fue algo que surgió al azar, a medida que la ibas escribiendo?
Doble jueves, rara; El puente de coral, inclasificable. ¡Está bien! El tema de la presencia de submarinos alemanes en las costas cubanas, incluso solo la temática propiamente de los submarinos alemanes, me atraía y por eso la empecé a escribir. Yo quería divertirme y de ahí que fuera hilvanando esas historias que me cautivaban. Es decir, todo creció en torno a los submarinos aunque ocupen poco espacio en la trama. Lo otro es que durante muchos años, todos los domingos que fueron posibles, escuchaba los cuentos que me hacía un amigo, José Figueroa. Eran los cuentos de su vida. Y esos sí, por azar, se fueron tejiendo ellos mismos en la novela. Él es el personaje de Roco.

Diez años para escribir la novela El puente de coral. Dos años para finalizar el cuento Leyenda final. ¿Cuándo sabes que un texto está terminado y listo para publicar?
Alguien, no recuerdo quien, dijo que las obras no se terminan, se abandonan. Una noche, leyendo poemas de Eliseo Diego y sin siquiera tener conocimiento de ello, descubro una palabra que era mejor a otra empleada por mí en Leyenda final que ya había terminado hacía rato. Dejé el libro y me fui a cambiarla. A mí me cuesta mucho trabajo desconectarme de algo que escribí, incluso más allá del FIN. Todo consiste en seguir disfrutando.

¿Te resulta más cómodo el cuento, o prefieres la novela?
Ninguno de los dos me resulta cómodo. Tengo una idea dándome vueltas y en eso me puedo pasar meses y mucho más hasta que doy con el tono y por ahí me voy, ya en torrente. El trabajo propiamente de escribir una idea es corto, lo que más esfuerzo me lleva es investigar, pulir el párrafo hasta quedar satisfecho, pero es que ese tipo de satisfacción es algo que no me pertenece.

Se nota en tu estilo cierta predilección por los detalles. ¿Algún libro o autor influyó en esa característica?
Mi escritor cubano predilecto es Enrique Serpa y le hago un homenaje en El puente de coral, al igual que a María Elena Llana. De los no cubanos con quien más me identifico es con Scott Fitzgerald y Julio Verne y puede que por este último venga lo de los detalles y también del estudio que hice de la obra de Lovecraft. Hay un parecido entre ambos sobre todo en cuanto a la geografía. Por otra parte, yo no era el que se saltaba las descripciones en los relatos, yo me detenía en ellas.

En alguna ocasión has dicho que eres tu escritor favorito. ¿Por qué? ¿Ser tu escritor favorito no limita tu capacidad autocrítica?
Esto debe ser una verdad de Perogrullo pero es que a mí me gusta mucho como yo escribo, me prefiero, me gusta leerme y soy despiadado e inconforme conmigo mismo. Eso no quiere decir que me considere mejor escritor que otros, todo lo contrario pero, eso, nada más que eso, soy mi escritor favorito. No creas, ser el favorito de uno mismo es muy complicado. Me leo yo mismo hasta que se publica el libro, luego no lo vuelvo a tocar más. Cuento con un equipo de lectores que destrozan lo que hago y para los que yo no soy, pienso, su escritor favorito. Ahora siento que poder escribir, que difiere de saber escribir, es algo de lo mejor que me ha pasado en la vida.

¿Qué importancia le confieres a los galardones? ¿Crees que siempre los mismos son directamente proporcionales a la calidad de los textos premiados?
Un día de pregunté a Eduardo Galeano en Managua por la injusticia cometida con Las venas abiertas de América Latina que se quedó solo en mención y no llegó a premio Casa de las Américas. Me respondió que él también había sido jurado y había sido injusto. Ese ha sido mi temor cada vez que soy jurado: cometer una injusticia. Hasta hoy creo que no he pecado. Incluso tengo el aliciente de haber discrepado de otros jurados con respecto a un libro que solo obtuvo mi voto, pero luego ganó otro premio más importantes. De todo hay en las viñas del Señor. El premio es importante para darse a conocer, ahí me parece que está su mayor valor.

¿Qué opinas del panorama literario cubano actual?
Me voy a referir solo a la narrativa. Hay mucha sed por publicar. A veces no dejan que las ideas maduren más, las trabajan a prisa, de manera atropellada, el texto y toda la estructura y se echan a perder buenas historias. La que sufre más es la novela. Sospecho también que no existe mucha paciencia por la investigación, salvo casos honrosos como el de Leonardo Padura, un ejemplo entre los mejores ejemplos. También hay un gusto desmedido por lo escatológico, por verlo todo mal: el medio, las relaciones entre las personas… Puede que tengan razón. Tener la razón es algo que tampoco me pertenece.

¿Qué estás escribiendo ahora?
Nada, me quedé sin trabajo y tengo que ganarme la vida día a día. El timón me está esperando y, ya que estamos en esto, sí, tengo en mente algo: una historia de taxista, un taxi driver. Este chofer escuchaba todo el tiempo los boleros que salían de la reproductora de su auto y determinaba el precio de la carrera según el número de canciones que cupiera de donde lo contrataron hasta donde se bajo el cliente. ¿Qué te parece? Por si se lo topan por ahí, deben tener en cuenta que un bolero suele durar alrededor de tres minutos: no se deje estafar.

Hugo Luis Sánchez (La Habana, 1948). Periodista y narrador. Entre sus publicaciones se encuentran El valle de los archipiélagos (Letras Cubanas, 1993); Doble jueves (Ediciones Unión, 2005); Según la noche (Letras Cubanas, 2006) y El puente de coral (Ediciones Unión, 2008). Obtuvo Premio en el Concurso Internacional de Cuentos Juan Rulfo 1998, Premio en el Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio 2006, Mención en el Concurso Hispanoamericano de Cuentos Julio Cortázar y Premio de la Crítica Literaria 2008.

viernes, 14 de mayo de 2010

Hemingway y Fidel: Un gran río, dos corazones

Por Maykel Reyes Leyva


Lo más probable es que todo haya comenzado con la primera línea de Por quién doblan las campanas (1940), una de las mejores novelas de la literatura universal y que versa sobre la Guerra Civil española. Ya desde el mismo instante en que su autor, Ernest Hemingway, la ponía por escrito en la década del 30 de la pasada centuria, debía estar tejiéndose la trama de una historia real y más compleja que lo haría coincidir, muchos años después, con otra de las mentes más brillantes del siglo XX.

Siendo aún estudiante, el joven Fidel Castro escucha hablar de la novela, la encuentra y la lee. (Años después, en 1984, confesó: “Debo haber leído Por quién doblan las campanas más de tres veces. Y conozco la película”). Sin dudas, la historia ―con una mezcla de ficción y realidad― lo impacta y termina por volverse un elemento inspirador para la posterior lucha contra el dictador Fulgencio Batista, tal y como confesaría el líder revolucionario en 1976, en una entrevista ofrecida a Frank Markiewiesz y Kirby Jones. 

Pero no fue esta la única vez que ambos destinos se cruzaron. 

Ya cuando Fidel se hallaba en los preparativos para el asalto al Cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, ingresa al Club de Cazadores del Cerro con la intención de hacer prácticas de tiro. Lo acompañan, entre otros, Abel Santamaría. Allí conocen a Fernandito Núñez, encargado de cuidar las armas del ilustre escritor. Fidel le pide un par de rifles prestados y Fernandito le presta “la Yegua”, un calibre 12 de dos cañones, la preferida de Hemingway. 

Para nadie es un secreto el sentimiento de simpatía que el Dios de Bronce de la literatura norteamericana sentía hacia la Revolución cubana, sus contribuciones a la causa en armas y dinero. Nadie como él, que terminó viviendo más de veinte años en la Isla, estaba al tanto de las necesidades del pueblo. Quien diga que Ernest Hemingway (1899-1961) vivía de espaldas a la realidad encerrado en su casona de Finca Vigía, en San Francisco de Paula, no conoce de su carácter humanista y justo, que para nada entraba en contradicción con su papel de ex soldado, ex periodista y hombre duro. 

Finalmente, sus caminos se encontraron el 15 de mayo de 1960, hace hoy 50 años, durante la undécima edición del torneo de pesca de la aguja dedicado al escritor, en la entonces Marina Barlovento (hoy Marina Hemingway). Fidel se apareció acompañado por el Ché Guevara sin imaginar que la contienda duraría poco más de ocho horas. Compitió desde el yate Cristal. Capturó cinco piezas (Hemingway aseguraba que su récord de un día era de siete agujas) y obtuvo un total de 286 68 puntos. Conquistó dos segundos lugares y el campeonato individual. El propio Hemingway le entregó el trofeo y aprovecharon la ocasión para dialogar durante horas. Dicen que en ese momento el escritor le aseguró al líder político: “Tal vez usted sea un novato en la pesca, pero ya es un pescador afortunado.” El apretón de manos unió por fin a dos personas que se admiraban desde mucho antes.

Fue la única vez en que ambas personalidades, que no llegaron a ser nunca amigos, se encontraron frente a frente. Fue la única vez que conversaron, pero es suficiente para que los cubanos celebremos el medio siglo transcurrido de aquel encuentro oficial.

Pero aquí no termina todo.

Estando enfermo, el Premio Nobel partió rumbo a Estados Unidos en 1960. Aprovechando la ocasión, un periodista inquirió su opinión con respecto al proceso que comenzaba a gestarse en la Isla. La respuesta de Hemingway fue contundente: “La gente de honor creemos en la Revolución cubana.” En otra ocasión dijo: “Confío completamente en la revolución de Castro porque tiene el apoyo del pueblo cubano. Creo en su causa”.

Cuando en 1984 al Comandante Fidel Castro se le inquirió sobre la muerte del eminente escritor, dijo: “El hombre puede enfrentar el medio adverso, debe hacerlo incluso. El final no estará escrito, el triunfo se obtendrá siempre. Pero lo imperativo es buscarlo, luchar por él. Y este es el mensaje de Hemingway que hemos tenido presente aquí, en Cuba, en medio de una revolución. De verdad que Hemingway nos ha acompañado en momentos cruciales y muy difíciles por los que hemos atravesado. Nosotros también hemos sido vulnerables y hemos estado expuestos durante décadas a la destrucción. Pero los lemas revolucionarios han sido recurrentes y firmes: ‛convertir el revés en victoria’, ‛podrán destruirnos mil veces, pero nunca vencernos’. Esas han sido consignas sobre fondo rojo en mítines y desfiles, y han sido gritos de combate en los últimos 20 años de la historia cubana. Hemingway tenía toda la razón: Un hombre puede ser destruido, pero jamás vencido.”

jueves, 1 de abril de 2010

Una saga de lujo

Por MAYKEL REYES LEYVA


Mientras esperaba la siguiente deposición anticipada por el escarceo de sus tripas, Benito se entretuvo en descifrar las inscripciones que atosigaban las paredes: graffitis de lápiz o bolígrafo y esculpidos a punta de perforador. Allí estaban tallados, manuscritos, pegados con engrudo, el anfibológico mensaje (Leo satisface, teléf. 50-7141. Da timbre.), las clásicas cuartetas (En este lugar sagrado/ donde acude tanta gente...), la esquela negociadora (Permuto habitación en Habana Vieja por apartamento en Nuevo Vedado. Oigo proposiciones. Preguntar por Bebo en Jesús María), la publicidad libidinosa (Yordanys, en 23 y L, superdotado, precios módicos), el desmentido (Mentiroso, ya yo estuve ahí)...Hastiado de la exhibicionista reiteración de la impudicia, (frase que le escuchara a un detractor del realismo sucio), se dedicó a leer la página que conservaba todavía del tabloide semanal.

Pocas veces en la historia de la literatura cubana se ha cocinado un cuento tan exquisito al paladar como Saga de un hombre sentado, del escritor, periodista y filólogo Alberto Ajón León (Jobabo, Las Tunas, 1948). Apareció publicado por primera vez en la antología Conversación con el búfalo blanco (Editorial Letras Cubanas, 2005), de Rogelio Riverón (1964), junto a una entrevista realizada al autor. Ahora reaparece encabezando un libro: Saga de un hombre sentado y otros cuentos, volumen digno de ser leído en más de una ocasión, no sólo por el criollísimo humor que contiene, sino también por el perfecto uso de la palabra.

La tradición humorística en la narrativa es cosa vieja, afianzada, y ahí tenemos varios ejemplos dignos de mencionar: los fallecidos H. Zumbado y Juan Ángel Cardi, poseedores del don de hacer reír con una facilidad increíble si tenemos en cuenta lo difícil que se torna en la literatura, sin olvidar al maestro Samuel Feijóo (1914-1992) con su sentido del humor campesino, sano, casi ingenuo; Francisco Chofre (Valencia, 1924), que aunque no es cubano de nacimiento fue capaz de escribir un clásico de la parodia como lo es La Odilea; y un poco más acá en el tiempo a F. Mond (1949), creador en Cuba de una literatura única, enmarcada en un género ─también único─ que algunos han llamado “ciencia-ricción”. Y estos son sólo cinco ejemplos.

Si alguna vez la hilaridad provocada por personajes tan reconocidos por nosotros como Wampampiro Timbereta y Juan Quinquín (de Feijóo), o el extraterrestre monsiur Larx (de F. Mond), nos ha provocado la risa o una media sonrisa al menos, no podremos evitar una sonora carcajada con el Benito Cagaleta del chino Ajón. Ya se sabe, el fuerte del humor cubano no recae ni en la ironía ni en la parodia, dos aristas muy explotadas en otras partes del mundo, sino en la burla hacia el prójimo (en ocasiones sana, en ocasiones cruel) y que solemos llamar en Cuba choteo, chucho, cuero. Sólo eso explica que le encontremos la gracia a la desgracia sufrida por el infeliz Benito desde el momento en que se queda atorado en el inodoro de un baño público. Sin embargo, Alberto Ajón ha confesado que no busca en sus relatos la comicidad en sí, aunque tampoco niega lo risible que pueda tener algún que otro suceso aun en medio de las más trágicas situaciones. 

Pero ¿qué hace de este cuento algo tan especial? Sin dudas, el lenguaje. No es ─a pesar del tema─ un lenguaje escatológico al estilo, digamos, del norteamericano Charles Bukowski (1920-1994) o del también cubano Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950). Es un lenguaje fino, fluido, rebuscado, que lejos de aburrir acentúa el tono burlesco de la historia. 

Pudiera decirse que Alberto Ajón es un perfeccionista de la lengua (no en vano considera a Hamlet, de Shakespeare, el mejor texto literario). Su obra se caracteriza, esencialmente, por su tremenda dimensión estética, difícil de encontrar en otros autores de la Isla. Él mismo se reconoce heredero de una tradición legada a través de la Celestina, Lázaro de Tormes, don Quijote y Sancho, Los sueños de Quevedo..., obras que no sólo buscaban divertir, entretener y trascender, sino también recrear. Y este es, quizás, otro elemento fundamental de su narrativa. No encontramos en ella la realidad real, en estado puro, al estilo del mejor realismo concebido jamás, sino una recreación que le sobrepasa, la mejora, y que convierte a su autor en algo parecido a un cronista, testimoniante de cuantas inquietudes y vivencias colectivas lo asalten. Desdeña lo grosero y fácil para recibir y explorar los recursos que den pie a la inteligencia y la emoción. Y como buen cubano, no puede escapar del humorismo.

Todo lo bueno que se diga sobre Saga… es cierto y fácil de comprobar. Y es que, como dije al inicio, no se da con frecuencia, en términos literarios, una aventura semejante a esta Saga de un hombre sentado, una historia excelente, digna de aparecer en todas las antologías del cuento cubano que, desde ahora, se editen en la Isla o fuera de ella.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Mary

Para Mary, su cuento.

Avanzó tres pasos mirando hacia abajo, una de sus manos sujetando la mía. No sé cómo se las arregla para caminar y no llenarse las sandalias de arena. Me mantengo cerca, justo a sus espaldas. Se detiene un instante junto al bote naranja.

Ven, me dice. Quiero abrazarte, susurra.

Le dedico una sonrisa. Me abraza, apoya su rostro en mi pecho y se queda con los ojos cerrados, sin pronunciar palabras. El calor de su cuerpo es reconfortante. Lo disfruto, le permito conocer cada grieta de la piel. Es extraño, pero muy a mi pesar me siento como si hubiese acabado de llegar a esta isla, como si en este preciso momento no fuera yo, sino un náufrago cualquiera, uno sin nombre, desposeído de todo, pero con el suficiente talento como para aferrarse a la vida en un último intento por ser lanzado a este trozo de playa que nadie ha bautizado.

Maricela separa su rostro de mí y mira al cielo. Está buscando señales de lluvia, pero no hay nada. Tampoco lo habrá. Las nubes semejan algodones de azúcar en busca de niños. Es jueves; agosto carga con todo el calor del año y la tarde comienza a desplomarse sobre la ciudad. Hasta entonces ella se había mostrado conversadora, sonriente, pero la proximidad del mar le hizo parir al silencio. Yo tampoco tengo ganas de hablar, aunque reconozco que su voz, en múltiples ocasiones, ha sido un trozo de madera del que me he podido aferrar en noches de tormenta.

¿En qué piensas?, le pregunto, y antes de que diga las primeras sílabas me sobreviene el presagio.

Hizo frío anoche.

El viento susurra secretos indescifrables en nuestros oídos, mientras gorriones descabezados son arrastrados a la orilla. La arena se nos presenta poco pálida y sucia a todo lo largo de la playa, pero aquí estamos, donde el polvo y el agua y el viento abren un hueco en mi cerebro.

Antes sus palabras no me causaban miedo, es más, las esperaba con ansias, pues tenía la impresión de que indirectamente estaban siendo dirigidas a mí. Le cogí el gusto a escucharla decir: Soy celosa con las cosas que quiero; y también: Cuando quiero, quiero de verdad. Pero ahora sé que va a decir cosas diferentes, dolorosas quizás para ambos, y tengo miedo.

¿Alguna vez has estado en un desierto?, dice; Yo tampoco he estado en ninguno, pero anoche soñé que lo estaba, sola, y no puedes imaginarte lo mal que me sentí.

Mary me abraza con firmeza, no existe fuerza ni desesperación en su gesto. No sé por qué, pero el contacto le resta dureza a sus palabras. Ocho meses atrás había besado sus labios por vez primera. En aquel entonces estábamos convencidos de que aquella relación era una cuestión de días, tal vez de horas. Yo mismo me lo dije: A la corta es una experiencia interesante, pero a la larga es totalmente insostenible. Sin embargo...

Cuando la conocí no éramos más que un par de criaturas perdidas en la multitud. Mi rostro se le antojó conocido y le dije algo con respecto al karma y a vidas pasadas. Veníamos arrastrando la amargura de antiguas relaciones y aunque jamás creímos que fuera a pasar nada entre nosotros, lo cierto es que pasaron muchas cosas buenas. Por suerte todo salió bien. Los recuerdos de mal gusto han quedado enterrados en la oscuridad. Ahora tengo a Mary y Mary me tiene a mí.

Ella respira profundo. Va a decir algo pero no lo hace. Tampoco le pregunto, sigo con miedo. Prefiero observarla y pensar que sus ojos son los más universales del planeta. Me resulta agradable sentir sus delgados brazos apresándome por la espalda, sentir sus dientes aprisionando casi con crueldad mi labio inferior, al tiempo que mi sexo enardecido se estrecha contra su vientre.

¿Y no te despertaste con miedo?, indago, y de antemano sé cuál va a ser la respuesta.

Acaricio su pelo y le beso la punta de la nariz. Tengo deseos de llevármela de aquí, de alejarla pronto de esta playa que puede echarnos a perder el día si consigue ponernos sentimentales. Tengo ganas de reconquistar su cuerpo, porque puede que yo no sea su Cristóbal Colón, pero soy su Américo Vespucio, se lo he dicho: No soy tu descubridor pero llevas mi nombre, lo llevarás ya para siempre; y ella lo sabe, por eso aquella noche no hacía otra cosa que nombrarme, mientras la mano del amor, con sus dedos de aire fresco, nos hacía estremecer en plena madrugada. ¿Acaso pido mucho?, me pregunto mentalmente, y nos imagino en cualquier cuarto de esta enorme ciudad, devorándonos de manera mutua, a oscuras, tal y como le gusta. Luego, cuando el reloj marque la hora exacta, escaparemos de esa caricia divina. Como hijos de la mañana, correremos a nuestros lugares habituales para llenarnos, poco a poco, de honda soledad. Así es mejor. Sólo la soledad nos hará regresar ansiosos.

Sí, por supuesto que tenía miedo, me responde al fin; pero más miedo sentí cuando me di cuenta de que tú no estabas conmigo.

No puede ser, le digo; no me levanté anoche para nada. Ni siquiera sentí el frío ése que tú dices. Le sonrío. Debes de haberlo soñado también.

Maricela niega con la cabeza. Ahora sí me aferra con fuerzas. Permanece recostada a un bote que, ya maltrecho y agujereado, fue abandonado en la arena por sus antiguos dueños. Puedo ver el mar reflejado en sus ojos y por ende, me resulta más sublime. Contemplo su rostro. Es el vivo reflejo de una generación que declina, de la que sólo heredaremos las marcas de sus sueños frustrados, pero no obstante, no recuerdo haber conocido nunca criatura tan hermosa. Ella continúa besándome y abrazándome, como si nunca hubiese aprendido a hacer otra cosa desde que abrió los ojos en este mundo. Si esta noche ocurre el cataclismo, sólo encontrarán dos corazones gastados por los besos.

La ventana estaba abierta, susurra con la mirada perdida en el mar y me da la impresión de que ha sido poseída por algún demonio; te busqué en medio de la noche, pero no estabas... Sólo el frío, la oscuridad, el silencio... ¿No oíste todas las veces que te llamé?

Un perro sato, blanco y amarillo, husmea entre la basura desperdigada por la arena. Gira en torno a nosotros con lentitud.

Yo salí a buscarte, dice Mary; caminé cuadras enteras buscándote, llamándote, tratando de adivinar dónde te habías metido. Creo que huías, asegura de pronto. Tal vez te estabas escondiendo. Creo que en verdad no querías que te encontrara.

No digo nada, prefiero callar antes que entrar a discutir esos detalles. Me separo un poco de Mary, llamo al perro con voz dulce y se deja acariciar tras las orejas, pero mantiene su desconfianza: las orejas erguidas, la cola recogida. Pienso que ella es igual, se deja amar, pero teme que ese amor se acabe algún día, de pronto. Mary, por fin, enfrenta sus pupilas a las mías. Algo ha cambiado en ellos, pero no sé qué es. Pienso: Debo despertar de este coma profundo al que me han llevado tus ojos. Da la impresión de haber escapado de alguna pesadilla con la que ha estado luchando desde siglos anteriores.

Te quiero, dice, y hay magia en sus palabras, y yo digo: Yo también te quiero, y mucho.

Entonces ella sabe que es cierto. Si no, ¿qué sentido tendría que ambos estuviésemos aquí, diciéndonos estas cosas? ¿Cuál sería la razón de ser de todo este tiempo que hemos pasado juntos, de todos estos planes futuros que han ido naciendo en mi mente? Y sé que jamás me dejará, que no permitirá que el pudor ni el miedo le ganen pues aún tiene muchas cosas que sentir, muchas cosas que vivir conmigo. La siento cerca y estoy dichoso. Es un trozo definitivamente mío y no partido en dos como mi pecho.

¿Nos vamos?, le pregunto y tengo la impresión de haber regresado también de un horrible sueño.

Sí, vamos.

El sol comienza a debilitarse con la muerte de la tarde. Ha sido un día hermoso, puro e iluminado como un ángel. La noche también será limpia y perfecta para que los amantes vaguen por los senderos del sexo. Entrecruzamos los dedos y echamos a andar. Los pasos son suaves, dirigiéndonos siempre hacia el asfalto, pero manteniendo sumo cuidado para no embarrarnos los zapatos de arena. Una de sus manos me estrecha por la espalda. Su olor llega perfectamente hasta mí, es mucho más potente que el aroma del mar.

Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?, inquiere sin mirarme. Me siento bien, estoy alegre y sólo quisiera escuchar su voz.

Por supuesto, le digo de un modo que se me antoja extraño.

¿Me amarás para siempre?

Me mira entonces. Está seria, pero luego esboza una sonrisa algo forzada. Alcanzamos el asfalto y se estrecha con más fuerza contra mí. No tengo que pensar la respuesta; le digo:

Sí, te amaré para siempre; y una nube oscura comienza a ocultar el sol.


(Publicado en el libro de cuentos Acá, en la orilla del mundo)