Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

martes, 18 de enero de 2011

Sólo la sinceridad salva una obra

Entrevista con el escritor y guionista Pablo Bergues

Por MAYKEL REYES LEYVA


―¿Quieres un poco de café?

Digo que sí y sale de la habitación. Regresa un par de minutos después, tiempo suficiente para que yo pueda tener lista la grabadora. Una taza de café humeante a las nueve de la mañana preludia la larga charla que se avecina. Estoy aquí intentando hacer realidad un viejo sueño, sólo que él no lo sabe. Afuera, el barrio La Rosalía, de San Miguel del Padrón, recién comienza a despertar. Dentro, en la habitación que él mismo suele llamar “mi estudio”, Pablo Bergues se apresta a hablar.

Su figura gruesa y pequeña me resulta familiar. Hace exactamente diecisiete años que lo conozco, por eso no existe protocolo entre nosotros. Aún recuerdo el tiempo en que solía identificarlo por su bicicleta china, su gorra bolchevique y su pipa. Ahora es distinto. Ahora Pablo es un maestro entrañable y un amigo querido; un hombre poco común. Su historia personal lo demuestra.

Nació en 1945, en un lugar llamado Marimón, perteneciente a El Cobre, en Santiago de Cuba. Su madre lo puso a estudiar en una escuela religiosa que existía entonces: Don Bosco. Pero ahí sólo pudo cursar los dos primeros grados. Cuando vio que a un par de hermanos pobres se les echaba por carecer la familia de dinero para pagar la enseñanza, supo que ese tampoco era su lugar y decidió irse. Eso fue por el año 54. Por mucho que insistió, su madre no consiguió hacerlo volver. Ni a esa ni a ninguna escuela pública. Había aprendido a leer bastante bien. En Don Bosco los curas primero enseñaban a leer y luego a escribir. Aprendió lo segundo cuando ya contaba con 15 años de edad, lo cual justifica hasta cierto punto su dificultad para hacer la letra D. Para entonces había dejado de ser un simple muchacho de campo para unirse, con 13 años, a la lucha de liberación nacional como mensajero de uno de los pelotones de la Columna No. 10 del III Frente. Con posterioridad, participó de manera activa en la limpia del Escambray. 

Leía mucho. Primero Historia, luego Literatura. Nunca llegó a hacer la Primaria ni la Secundaria, mucho menos el Pre. Entró en la Universidad por examen de ingreso. Le costaba ver a sus compañeros de trabajo, incluso los más viejos, graduarse de Periodismo e Historia del Arte, mientras él no hacía nada. Toda su educación, toda su sabiduría, había sido adquirida de manera autodidacta. Cuando se graduó, con menos de cinco años de esfuerzo, en la licenciatura en Historia, muchos pensaron que se trataba de una suerte de genio. Pero no era así. Sucede que desde hacía varios años Pablo Bergues se desempeñaba como guionista del popular espacio televisivo Escriba y lea. Y esta es otra historia.

En los años 70 Gregorio Bello San Pedro, guionista oficial del programa y también destacado luchador clandestino contra Batista en la capital, venía teniendo problemas de salud. Pablo comenzó a ayudarlo para evitarle tanta presión, hasta que finalmente Gregorio tuvo que jubilarse. Pablo asumió solo toda la responsabilidad. La titánica tarea lo ayudó a reorientar sus lecturas y a conocer los sismos de la cultura universal. Tenía la obligación de hacer el programa para tres profesores universitarios, por lo que debió estudiar muchísimo con la intención de “subir la parada”. Además, hacía la selección de los temas, teniendo que investigar hasta el cansancio. Ya para ese entonces llevaba sobre sí varias menciones en el Concurso de Narrativa 26 de Julio y una mención en el Concurso UNEAC de 1975.

¿Cuándo te decidiste por la literatura como oficio?

No sé si lo que voy a decirte dará respuesta a tu pregunta. En el año 68 me mandaron a estudiar Diplomacia a la Escuela del Partido Ñico López. En seguida me di cuenta de que no había nacido para eso y quise irme. No me gustaba la Diplomacia. Pero ya tenía ganada la admiración de la dirección de la escuela y el subdirector me pidió que me quedara como una suerte de secretario, ayudando en lo que pudiera. Ahí tuve la oportunidad de conocer a Eduardo del Llano; a Humberto Pérez, un gran economista; y a otras figuras de la enseñanza de la escuela con las que podía sentarme a hablar de muchos temas, sobre todo de los fenómenos relacionados con el campo socialista. Ya para ese entonces había estado en Checoslovaquia, había estado también en las tabernas que menciona el poeta Roque Dalton, y conocía de los sucesos que ocurrieron en Hungría, y conocía las opiniones que se tenían del socialismo y todo eso lo fui recepcionando y me puse a pensar en el tema, y comencé a tener una visión crítica del socialismo. Llegué a tener ─y lo digo sin autosuficiencia─ una visión crítica del socialismo mucho más completa que la de la mayoría de mis contemporáneos. Esa misma visión fue la que me llevó a escribir mi novela Propietario del Alba. La gente se asombró de que en una época tan temprana yo anunciara cómo un núcleo débil, y no el Partido, fuera el causante de la muerte de uno de los personajes de la novela. El resultado fue producto de mi experiencia, de mis conocimientos sobre el fenómeno, de la no idealización del socialismo.

¿Por qué prefieres el género policiaco?

La respuesta está en El difícil arte de matar, de Raymond Chandler. Ahí está el presupuesto del por qué una literatura de este tipo puede servir para adentrarse en los problemas que tiene la sociedad. El gran dilema que tiene la sociedad desde los tiempos de Roma, es la corrupción. El ser humano no ha conseguido espantar a la corrupción de cualquier proyecto de sociedad. Nunca ha dejado de estar, de acompañarnos. Lo que sí nunca estuvo fue la policía para combatirla, y ésta surge en la época de Tiberio, y no precisamente con ese objetivo, sino para proteger a los emperadores. Pues bien, la droga, la doble moral, la corrupción… todo ese condimento de las sociedades modernas han acompañado siempre a las sociedades antiguas. Por lo tanto, el policiaco en mí es un pretexto. Me permite acercarme más a lo social, al hombre en su vida social, pasional… Si te aproximas a las novelas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, cargadas de una tremenda crudeza, verás que van a buscar las razones sociales de un crimen; qué responsabilidad tiene la sociedad, sus instituciones, en que aumente la tasa de criminalidad. Pero, ¿el crimen aumenta sólo por responsabilidad de las instituciones o es también responsabilidad del Estado mismo, que a veces tiene una economía desastrosa e incierta? El delito casi siempre va aparejado a lo económico. El Estado, cualquiera que este sea, tiene la obligación de proteger al ciudadano. Entonces, cuando llegas al policiaco te percatas más que nunca de cuánta responsabilidad tiene el Estado en materia de comportamiento del crimen. Así que el policiaco no sólo sirve para hallar al culpable, sino también para descubrir las causas y consecuencias que pueda haber tras un delito. El policiaco no debe resolver esos problemas; el policiaco va a plantearse los grandes problemas. Debe mostrar la sociedad.

¿Cuáles consideras tú son los mayores aciertos y desaciertos de la narrativa policíaca cubana? 

Como en otros géneros, dentro de la literatura policíaca cubana hay novelas salvables y novelas repudiables. En las décadas del setenta y ochenta del pasado siglo, la literatura policíaca se traumatizó con la llegada de la improvisación y el aventurismo. Llegaron a ella mucha gente que no tenía formación literaria alguna, que no habían leído suficiente, que no conocían siquiera las obras de Agatha Christie o George Simenon, y eso se notaba. Malos escritores fueron favorecidos por una pésima política editorial. Hubo una suerte de paternalismo que dañó la imagen en el momento fundacional de esa literatura en el país. Por suerte, tuvimos a un sabio como Luis Rogelio Nogueras con sus novelas, una de ellas (El cuarto circulo) escrita a dos manos con su amigo Guillermo Rodríguez Rivera, un hombre con una amplia cultura y gran conocedor del género. Pero no fueron los únicos que supieron hacer su trabajo. Hubo otros a los cuales les hago un homenaje en la novela que estoy escribiendo en estos momentos. De hecho, cuando voy a iniciar una escritura, releo La sexta isla (de Daniel Chavarría), Y si muero mañana (de Luis Rogelio Nogueras), La guerra tuvo seis nombres y Los pasos sobre la hierba, de Eduardo Heras León, obras todas que a mí me hubiese gustado escribir. No soy tonto. Las habría querido escribir con la misma aparente sencillez con que fueron escritas. Actualmente, el mayor problema que enfrenta el policíaco en Cuba es la no sistematicidad de sus ediciones. Están escribiendo muchos autores que apenas se conocen en nuestro país. Un ejemplo es Lunar Lorenzo. Tiene tres novelas bastante aceptables, que nada tienen que ver con ese pasado de improvisación. Se nota que el autor cuenta con preparación, que sabe lo que quiere, que conoce del género. Y hay otros como Leonardo Padura, quien ha terminado constituyendo todo un fenómeno editorial. Y también quien para mí es el mejor escritor policial de Cuba, que es Daniel Chavarría. Te aseguro que las mejores obras de los últimos veinte años hay que buscarlas en la narrativa de Chavarría, como proyecto donde la sociedad queda bien desnuda, donde no ha hecho compromisos estéticos ni de otra naturaleza con nadie. Para demostrarlo ahí están Joy, Allá ellos, La sexta isla... Y premios desde el Casa de las Américas hasta el Dashiell Hammett. La cuestión de todo es que la novela policíaca no se puede ver como un subproducto, como tampoco lo fue la novela de caballería, y mucho menos la novela que en su momento quiso ser una parodia de las novelas de caballería. Lo digo porque hay quienes dicen: “Este escritor tiene ocho novelas, pero son policíacas”. Entonces habría que preguntarse: ¿cuántas tiene Padura y de ellas cuántas son policíacas, y si esas son menores que Fiebre de caballos, o si son menores que La novela de mi vida? En realidad habría que preguntarse: ¿hasta dónde Mario Conde es un policía cubano o si hay oficiales así? Las novelas de Padura son las que más lectores aseguran en los últimos tiempos, no olvidemos eso. Lo han seguido en primer lugar porque ha sabido reflejar muy bien una generación, la generación de Padura. Eso faltaba en nuestra literatura. Su obra dejó espacio para muchas reflexiones buenas, y también para hacer grandes críticas, porque dejó espacios muy polémicos. Te confieso que yo no he sido de los escritores que más novelas le han rechazado las editoriales, pero sí conozco otros a los que le han dicho No sólo por ser una novela policíaca, novelas que además considero tienen muy buena calidad. Creo, en definitiva, que la literatura cubana policíaca actual lo que necesita es ser publicada sin prejuicio. Hoy sí los errores no van a ser los de los años setenta y ochenta.

¿Cuánto de autobiográfico hay en tu obra?

Bastante. Voy a contarte algo: A mediados del siglo XIX, justo en los días en que estalló la guerra, mi bisabuela Dolores compró una finquita en un lugar llamado San Cayetano, allá en Santiago de Cuba. El objetivo era poner a producir aquella tierra, porque la familia era muy numerosa y había que darle de comer. Todos los años, desde Guantánamo, venía un tío de mi mamá de nombre Juan Riera. Venía para ver a la familia y traía muchas cositas que les gustaban a los niños: chucherías y ropitas que iba repartiendo. La última vez que el tío Juan los visitó, ya durante la partida, lo vieron detenerse en un recodo del camino, allá a lo lejos, voltearse y mover la mano para decir adiós. Esa fue la última vez que la familia vio al tío Juan. Lo esperaron durante años, y se quedó grabada en la mente de todos la imagen de aquel hombre parado en el recodo del camino, diciendo adiós con la mano. Nunca se supo qué fue de él, ni de su familia. A lo mejor ni siquiera llegó a Guantánamo, y su mujer y sus hijos también se quedaron esperando, sin saber. Ni mi bisabuela ni mi abuela vendieron nunca sus tierras para que Juan tuviese siempre un lugar a donde regresar. Escuchar tanto esa historia, lo mismo de parte de mi abuela que de mi mamá, me marcó. A tal punto de que yo también tuve esperanzas de que Juan apareciera algún día; en definitiva mi abuela vivía aún. Hasta que un día me dije: ¡Imposible, el tío Juan murió! Y todavía hoy, cada vez que conozco a alguien de Guantánamo, le doy las señas del tío Juan, para ver si en sus familias había alguien así, de apellido Riera Esa nostalgia me acompañó a la hora de escribir Indagación de abril, mi última novela publicada, historia que gira alrededor de los hechos de la huelga del 9 de Abril. Sólo que Indagación… se desarrolla cuarenta años después, cuando la protagonista, luego del fallecimiento de su madre, decide salir a buscar qué fue de su padre, por qué nunca llegó al punto donde iban a recogerlo. Esta es una novela que trata sobre la identidad, sobre la incertidumbre que rodea a un desaparecido. Y es que cualquier vivencia le sirve al novelista para fabular. Mi mundo fabular tiene que ver con el pasado, con la memoria histórica. Lo autobiográfico está en mis novelas, sí, pero desde la memoria. No he tratado de reflejar aspectos propios de mi persona, pero tuve la suerte de nacer en un lugar donde todavía vivían mambises de las dos guerras; los conocí. Pero, además, en Indagación de abril está presente La Habana, ciudad de la que soy hijo adoptivo. Cuando llegué aquí en el año 59, descubrí que ésta era una ciudad tan heroica como Santiago de Cuba. No olvidemos que de aquí salieron los asaltantes del Moncada, y también aquellos que atacaron el Palacio Presidencial. Aquí se pusieron cien bombas en una noche. Es la ciudad que da el primer mártir de la Revolución: Rubén Batista. Y es la tierra donde muere Antonio Maceo y donde nace José Martí.

Son muchos los premios obtenidos por ti. ¿Te consideras un escritor de concursos?

No, yo no escribo para concursos. Creo que no podría hacerlo. Si te fijas en las fechas que pongo al final de cada obra, te darás cuenta de que las envío a los concursos siete u ocho años después de haberlas terminado. Lo que sí creo es que he tenido suerte en ellos, sobre todo en los internacionales, y he sido finalista en concursos nacionales importantes como UNEAC y Alejo Carpentier. Te confieso que cuando estoy escribiendo siento miedo que mi novela se publique, es demasiada responsabilidad. Es un miedo que me acompaña siempre. Tú mismo has sido testigo de eso: nunca he leído una página mía en ninguna actividad. Ni me imagino haciéndolo tampoco.

¿La vastedad de tu obra no conspira a favor de la redundancia y en contra de una variedad de enfoques?

Cada novela funciona como una unidad independiente. Propietario del Alba es distinta a Estuario de un verano, y Estuario… es distinta a Habanera invernal, y los mundos en que se desarrolla cada una es diverso. No tengo una sola novela con un solo punto de vista. Se mueven por diferentes puntos, volviéndose distintas unas de otras. Y eso que soy de esos escritores que pueden terminar una novela y comenzar otra inmediatamente después sin que eso afecte para nada la calidad final. Sé que George Simenon llegó a escribir más de trescientas novelas, Agatha Christie casi cien. La comedia humana, de Balzac, pasa de ochenta volúmenes. En un escritor como Pío Baroja sí vas a encontrar ese tipo de descuidos, pero él era de ese tipo de escritores que no viran hacia atrás, lo que se escribió así se queda, y siguen para la próxima página. El autor no puede escribir una obra mejor de lo que lo hizo. Balzac no podría escribir La comedia humana mejor de lo que lo hizo, aunque lo intentara. El autor tiene un reducido campo de acción, en cuanto a tema se refiere. Lo que lo hace distinto son sus demonios, el cómo los enfrenta. Creo que una obra, si es honesta, funciona. Pero hay quien escribe tanto que se queda sin mucho que decir, y hay quienes dedican su tiempo a otras cosas y escriben poco. No es la cantidad lo que maltrata, son otras cosas. A veces escribes una sola y ya, es suficiente.

¿Qué opina la crítica de la obra de Pablo Bergues?

No creo que la crítica me haya ayudado mucho, pues nunca ha sido mucha la que he recibido. Pero ahí están los trabajos que hizo al principio ─cuando salió mi primer libro de cuentos Mirando al norte de la noche─ Basilia Papastamatíu cuando hacía crítica. Creo que arremetió bien, criticó bien. No estuve en contra de lo que ella opinó. Sólo siento que luego no hubiese retomado la crítica y vuelto a ver a Pablo desde Propietario del Alba, o desde Habanera invernal, o incluso desde Indagación de abril. Porque yo sí tuve en cuenta la crítica que ella me hizo. Por lo demás, creo que la crítica me ha llevado bien. Agradezco mucho la de Basilia porque me descubrió que había que trabajar con mucha intensidad. Y que había que tomarse con seriedad el oficio de escribir.

A raíz de la publicación de Indagación de abril, fuiste acusado de no haber sido condescendiente. ¿Se caracteriza tu novelística por ser condescendiente?

No soy condescendiente. Parto de un mundo critico. La literatura no tiene por qué complacer a la gente. Vivimos en una sociedad muy dura. La sociedad con la que fabulo es así. Somos una sociedad a la que sorprendió la prostitución como no debió sorprendernos, porque ese no era un tema resuelto. Tenemos dos monedas. Y tenemos una emigración con un alto contenido económico y político. En esas circunstancias, no se puede escribir complaciendo peticiones. El escritor tiene que ser honesto con su realidad. Creo que la sinceridad salva la obra de un escritor. Complacer no es el propósito, sino reflejar. Reflejar la realidad tal como la ve el escritor, que puede estar distorsionada o no, pero ésa es su realidad.

A tu juicio, ¿cuánto ha evolucionado tu obra desde la primera novela hasta la última?

Creo que sí ha evolucionado. No sé cuánto, pero sí ha evolucionado. Mi obra de finales del XX no es la misma que la de comienzos del XXI. Vivimos en una nación que te obliga a evolucionar. Yo siempre estoy buscando que una obra supere a la otra, no sólo desde el punto de vista estético, sino también desde el punto de vista temático.

¿Crees haber recibido todo el reconocimiento que mereces?

No tengo muy claro lo que me deben dar y lo que me deben quitar. Soy un soldado. De lo que sí estoy seguro es que no puedo ni quejarme por si he publicado mucho o poco. He publicado, y estoy agradecido de haberlo hecho en medio de una nación con tantos problemas económicos. Son libros, además, premiados en concursos. Creo que también he recibido reconocimiento social, que en definitiva es muy importante para mí. De todos modos, creo que en la literatura todo es a largo plazo. Llegará el momento en que uno será recordado u olvidado. Preferiría ser olvidado y no ignorado. Creo que si en algún momento del futuro alguien busca mi tiempo, ahí encontrará mi obra, marcando con sinceridad ese tiempo, marcando desde mi apreciación crítica el tiempo que me tocó vivir, el tiempo que nos tocó vivir.

Pablo Bergues Ramírez (Santiago de Cuba, 1945). Licenciado en Historia. Tiene publicados los libros de cuentos Mirando al norte de la noche (1977), Vientos y pájaros (1985) y Un asunto muy personal (2000). También tiene publicadas las novelas Propietario del Alba (1996), Habanera invernal (1999), Estuario de un verano (2000), Más allá de Laura (2001) e Indagación de abril (2009). Mantiene inédita la novela histórica Jerusalem, la ciudad deseada. Algunas de sus obras han sido adaptadas para la Televisión y la Radio. Durante más de treinta años ha sido el guionista del popular espacio televisivo Escriba y lea. Ha obtenido los premios Aniversario del Triunfo de la Revolución en los años 1991, 1993, 1995 y 2007. Posee los galardones Orden de la Cultura Nacional, Sello del Laureado, Gitana Tropical, Hijo Adoptivo de Ciudad de la Habana, Combatiente de la Guerra de Liberación Nacional, Medalla 30 y 40 Aniversario de las FAR y Medalla de la Lucha Contra Bandidos. Sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas.

jueves, 13 de enero de 2011

Marcos Behmaras: Para matarnos de la risa

Por MAYKEL REYES LEYVA


Tiempo atrás, en un texto publicado en esta misma revista, mencioné a varios autores reconocidos por nosotros por su tremendo talento para hacernos reír. Mencioné a los fallecidos H. Zumbado, Juan Ángel Cardi, Samuel Feijóo, y a los más recientes Francisco Chofre, F. Mond y Alberto Ajón León. Pero olvidé (error imperdonable) nombrar a uno de los pilares mejor consolidados de la narrativa humorística en Cuba. Se trata del dramaturgo, escritor y guionista Marcos Behmaras (1926-1966), una verdadera leyenda.

Fue Marcos Behmaras el primer guionista del popular espacio televisivo Detrás de la fachada, y el autor de ese libro que pudiera usarse como arma para matar a un hombre de la risa. Me refiero a las Salaciones del Reader´s Indigest, una imitación de las también populares Selecciones del Reader´s Digest. Dirigió el suplemento humorístico El Sable, del diario Juventud Rebelde, y fue hasta su muerte accidental el vicepresidente del ICR a cargo de la televisión. Había iniciado su carrera como libretista en la emisora Mil Diez del Partido Socialista Popular, pero su condición como dirigente le dio la posibilidad de dirigir emisoras de tanto relieve como Radio Progreso y Radio Habana Cuba. Para ese entonces ya había dado a conocer la revista clandestina Mella y creado personajes de historietas tan singulares como el perro Pucho y Supertiñosa (dibujados ambos por Virgilio Martínez), este último una caricatura “a lo cubano” del norteamericano Superman. 

Sergio Nicols, director y actor de la radio, aseguraba que Marcos Behmaras... “siendo jefe de programación se decidió hacer Radio Locura Mil Diez, que utilizaba efectos sonoros, personajes y trucos para producir risa. Marcos me trae un día un libreto relacionado con La Isla de las Cotorras, lo leí, le taché algunas cosas, pero había otras que eran interesantes. Este fue su primer libreto y a partir de ese momento comenzó a escribir este programa”. Surgió así el Behmaras que lograría hacerse sentir a través de la radio, la televisión y el teatro.
Para la primera escribió una serie policíaca (Héroes de la Justicia) y un programa de comentarios (Actualidad Mundial). Después de especializarse en guiones de suspenso, escribió para la televisión el espacio Tensión (además de crear otros programas como La Novela y Teatro, junto a un bloque de programas dedicado a los niños), hecho que lo ubicó como padre indiscutible de los dramatizados de continuidad para el medio televisivo. Incluso, en 1958 estrenó la telenovela Mamá, la que se mantuvo al aire durante casi dos años y medio, con índices de tele audiencia difíciles de superar. Otro de sus aportes, ya en desuso, fue la introducción del narrador en la televisión. Hasta esa fecha (y desde su invención por Félix B. Caignet), el narrador sólo se utilizaba en la radio. La primera vez que se recurrió a él fue en el programa Detrás de la fachada, con el personaje interpretado por Consuelito Vidal, quien comentaba y narraba situaciones que desarrollaban los actores, al tiempo que se mantenía invisible para ellos.

Para el teatro, otro tanto. En 1960 estrenó la obra La cortina de bagazo, que trataba sobre la visita a Cuba de un periodista yanqui que sólo conocía a la Isla por lo que había visto en las películas de Hollywood. Pero ya antes, en 1948, obtuvo una mención en el concurso ADAD con La muerte desembarca y había dirigido el grupo Teatro en 1951, con sede en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo. 

Los nombres de los personajes de sus textos son una muestra del sentido del humor de Marcos Behmaras: Tom Isaboy, Jack Bodrio, Creolina Zabaleta, Dolores Fuertes, Lily Palanquín, Megaterio González, Güinfredo Zeppelín, Polín Mechado (por Corín Tellado), Charles Ketchup, Goyito Pachorra, Pedro Vistilla, Hermenegildo Canallón Yarini, Ketty Guapachá, alias Sabor; Ciriaco Babilla, Margolis Mofeta, alias Bola de Churre; Ventajo Cambalache, Güindemaro Tardío, alias Cámara Lenta; Estreptococa Mapangre, alias la Serpiente; Quintiliano Despilfarro, Jenofonte Polilla, Hal Laporra, y así un sinnúmero más. Incluso los títulos de sus trabajos ya preparan al lector para lo que se avecina: ¿Puede el perro caliente vencer a los rusos? o Maltrata un negro a un pacífico ciudadano blanco. En Supertiñosa, el agente estrella de la CIA se nombra Pancho Tareco, y no es más que una burla al verdadero agente de los comics Clark Kent. 

Nacido en Jovellanos, Matanzas, vivió allí su niñez y parte de su adolescencia. Luego, se trasladó a la capital, donde se graduó de Contador en la Escuela de Comercio. Durante la dictadura de Batista, Behmaras fue detenido y fichado. Se había afiliado a la Juventud Socialista a los 17 años. En 1944 hizo circular la revista izquierdista Mella, donde ironizaba con sus escritos los temas más turbios de la política de entonces. Muchos de sus textos aparecieron sin firma. Fue en esta revista donde apareció por primera vez Pucho, el perro que tuvo la “gracia” de orinarse en Batista. Poco después del triunfo de la Revolución, se le dio la tarea de convertir Radio Progreso en una vía para satisfacer las crecientes necesidades populares. Lo mismo hizo cuando fundó, el primero de mayo de 1961, con Radio Habana Cuba.

Cuando murió, el 16 de noviembre de 1966 en un accidente automovilístico, Marcos Behmaras tenía sólo 40 años de edad.