Tuve un sueño, ¿sabías? Soñé que el mundo se estaba acabando y que todos huían. No sé hacia dónde, pero huían. Padres, hijos, hermanos, todos juntos. Gritaban, lloraban, se ayudaban los unos a los otros, mientras el suelo rugía. Rugía y temblaba. Sólo yo no podía huir. Estaba en esta cama, sintiendo el mundo acabarse afuera, pero sin tener quien me ayudara a levantar. Sin embargo, estaba la luz encendida, como noche tras noche... ¿Te das cuenta de lo que eso significa?

sábado, 16 de julio de 2016

Fauna Tropical



Siete y media de la mañana. Hay un bulto enorme de animales esperando a ser transportados. La última carreta pasó hace más de veinte minutos y no se sabe cuándo pasará la próxima. Si es que pasa. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Y nosotros, los guanajos, siempre tenemos la esperanza de que al cabo de doce meses la Navidad nunca llegue. No sé por qué. Ilusos que somos. Por el camino real sólo se ven carretones halados por burros. Algún que otro buey. Los que esperan se impacientan cada vez más. Los caballos no hacen más que resoplar. Ya ni relinchan. Por fin, el transporte se vislumbra allá lejos, en el recodo más lejano del camino. Viene lleno. Como siempre. Se detiene mucho antes de llegar al establo. Y alguien grita: "¡Ahí está! ¡A cogerlo!" Es gracioso ver a los carneros corriendo para tratar de alcanzarlo. Consiguen subirse a duras penas, entre empujones y malas palabras. El chofer es un bulldog rabioso que lanza dentelladas a diestra y siniestra, queriendo que todos se empujen para que quepa uno más. Vocifera: "¡Arriba, caballero, que el pasillo está vacío!" Debe estar ciego, el pobre. La carreta arranca con cientos de libras de carne colgando peligrosamente por los bordes. Dentro hay de todo: una verdadera fauna tropical. Una cacatua no para de hablar estupideces. Hay un majá enroscado en su jebita, para que nadie la roce. Una gatica siamesa se contempla coqueta en un espejo, ajena a lo que pasa a su alrededor. Abundan las bibijaguas, cargando sobre sus espaldas el doble de su peso, para resolver la jama en casa. Una bandada de totíes escandaliza en el fondo. No pueden negar el color que tienen. Una urraca inspecciona el terreno a ver qué puede hurtar. Los desprevenidos están que se hacen ola. La periquita viene ojerosa, media nalga afuera y tacones altos. Parece que no le fue bien anoche en "la lucha". Un perro ruino se restriega libidinoso y descaradamente contra una desconocida. La yeguita de al lado se ha dado cuenta. Los mira de reojo. Creo que lamenta no ser ella la desconocida, loca que está por que le peguen "el caballo". Una vaca gorda se subió en el último momento. Atropella a todo el mundo mientras avanza por el pasillo. Los aplastados la miran con mala cara, pero sólo la lagartija, comprimida contra la espalda de un rotwailler, le grita: "¡Señora, pida permiso!" Ahí va un trío de lujo. Un venado, una gacela, y un zorro amigo de ambos. Sólo que el zorro le manosea las nalgas a la gacela mientras el venado come mierda mirando para otro lado. La araña no podía faltar. Se aferra con todas sus patas a los pasamanos, justo donde está la puerta, para no dejar bajar ni subir a nadie más. Hay un mono tití viejo, medio ciego, que exige un asiento a voz en cuello. De mala gana le dan uno junto a la cerdita que espera cría. Tremenda panza tiene. También está la tortuga. Avanza sin apuro hacia la puerta del fondo, obstaculizando con su carapacho el paso de los que vienen detrás. Nada ni nadie le importa. Para ella, el mundo se mueve así, lento. El alacrán pierde la paciencia, le grita, la ofende, y termina clavándole el aguijon en el cuello. Esto termina en gritos de pánico y tremendo empuja-empuja. Los animales se patean y vuelan las plumas. Es como estar en un gallinero. Nadie quiere ser aguijoneado. El bulldog, soltando espuma por la boca, detiene la carreta en el semáforo y abre las puertas. Entre tumbos, los animales se apean. Las palomas echan a volar felices, libremente.      

jueves, 14 de julio de 2016

Jack el Destripador: Desde el Infierno. (I parte)



Todos alguna vez hemos escuchado o pronunciado su nombre. Pero pocos conocemos en detalle cuáles fueron los crímenes que lo catapultaron a la fama.

A CARGO DE MAYKEL REYES LEYVA
FOTO: TOMADA DE INTERNET 
 
En 1888 Whitechapel era uno de los peores distritos de todo Londres. Hombres, mujeres y niños solían llevar una vida repleta de frustraciones, de pobreza y delincuencia. El único consuelo posible era una botella de alcohol, el más barato que hubiese. La inmensa mayoría de los callejones desembocaban en bares mugrientos y burdeles miserables. Aunque aquel año se inició arrastrando la misma sobredosis de miseria de siempre, para principios de agosto unos hechos espeluznantes sembrarían el terror y harían de aquel lustro algo insólito en la historia de la criminalística.


Así era Whitechapel en 1888.


El 6 de agosto, una mujer desdentada, de 35 años y que respondía al nombre de Martha Tabram, quien se dedicaba a la prostitución, apareció asesinada. Su cuerpo mostraba señales inequívocas de que había recibido 39 puñaladas en tórax, abdomen y genital, dadas con un largo y afilado cuchillo, entre las 2:00 y 3:30 a.m. El crimen se llevó a cabo en un pub llamado El Ángel y la Corona, que todavía existe.
El 31 de agosto, un hombre que paseaba a temprana hora de la mañana distinguió a lo lejos el cuerpo de una mujer que se encontraba tendida en el suelo. En un inicio pensó que estaría desmayada, pero al acercarse descubrió que estaba muerta. Rápidamente avisó a la policía, un agente que andaba cerca. El oficial se apresuró a buscar un médico y ambos, bajo la luz de una linterna, se percataron de que había sido asesinada al serle seccionada la tráquea, la medula espinal y el esófago con un arma blanca. El cuerpo se hallaba todavía caliente, lo que indicaba que el crimen se había cometido hacía pocos minutos. A pesar de todo, la policía no examinó el cadáver en plena calle. Sin embargo, se apresuraron a lavar el pavimento y el cuerpo antes de cualquier examen pericial. Recordando el caso anterior, era lógico que no quisieran despertar la alarma en la zona.
En la sala de autopsias se pudo determinar que la mujer fue golpeada con brutalidad en la mandíbula inferior izquierda por una persona zurda. Su abdomen había sido mutilado. Tenía el vientre abierto. En el atestado forense consta: “Las heridas infligidas a la víctima han sido hechas por persona experta, que hizo cortes con absoluta precisión y limpieza”.
Dos días después, la policía pudo hacer la identificación del cadáver. Su padre y su exmarido identificaron el cuerpo. Se trataba de Mary Ann Nicholls, alias Polly, prostituta y alcohólica. Tenía 42 años y cinco hijos. El alcohol había sido la causa de que su matrimonio se fuera a pique. Desde entonces vivió sola, con los pobres ingresos de prostituta. Este se convirtió en el primer crimen oficial de Jack el Destripador.
El segundo crimen ocurriría el 8 de septiembre. Se trataba de Annie Chapman, prostituta y alcohólica, cuyo cuerpo fue hallado mutilado en la calle del Mercado de Spitafields a las 6:00 a.m. Sus intestinos estaban en el suelo. No existía la menor señal de defensa por parte de la víctima. Tampoco se encontraron el útero, la parte superior de la vagina y una porción de la vejiga. Cerca del cuerpo se hallaron un pañuelo, un peine y un cepillo de dientes, que parecían haber sido colocados allí en un orden concreto por el asesino.
El médico forense que examinó el cuerpo dijo que el criminal agarró a Annie por la barbilla y la degolló de izquierda a derecha, y que por la fuerza empleada en la acción, posiblemente quiso decapitarla. Las otras heridas y mutilaciones fueron realizadas post-mortem: el abdomen fue abierto para extraerle la vagina, el útero y la vejiga, de forma tal que no quedaban dudas de que el asesino tenía que conocer de anatomía, al menos lo suficiente como para abrir el cuerpo y extraer los órganos sin dañar otras partes internas. El instrumento, según se pensó, debía ser la clase de cuchillo que utilizaban los cirujanos y los carniceros.
Poco después se supo la identidad del cadáver. Annie vivía en pensiones comunes cuando tenía algo de dinero, y en la calle cuando no lo tenía. Unos años antes estuvo casada y con tres hijos, los cuales habían muerto, unos por enfermedad y otros por accidente. Annie nunca se repuso de esos fuertes golpes. Comenzó a beber intentando sobrellevar la soledad. Elizabeth Long, una vecina que se dirigía al mercado sobre las 5:30 a.m., aseguró que había visto a Annie conversando con un hombre de unos 40 años, elegante, con sombrero y abrigo oscuros. La hora de la muerte se estimó entre las 5:30 y las 6:00 a.m., hora en que fue descubierto el cadáver, lo cual significaba que el asesino era un experto que actuaba con rapidez.
A raíz de este segundo asesinato se le dio un nombre al asesino: Delantal de Cuero. Como la policía carecía de prueba alguna, decidieron crear un Comité de Vigilancia, organizado por un grupo de comerciantes de Whitechapel y dirigido por George Lusk, que sería su Presidente. En cambio, esta idea, lejos de ayudar, lo que hizo fue empeorar la situación para la policía y ayudar al asesino.
No se sabía si aquella persona que iba por allá era un ciudadano dispuesto a atrapar al criminal o si se trataba del asesino reconociendo el terreno. Sin embargo, fue aquí cuando se detuvo al primer sospechoso. Se trataba del judío John Pizer, zapatero de origen polaco. Pero éste tenía una buena coartada y debió ser puesto en libertad.
Lo que nadie imaginó es que lo peor aún estaba por pasar. El asesino de la ribera del Támesis apenas estaba tomando impulso. Tres crímenes más venían en camino...